Ciencia de la Información

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Hacia una introducción en los contextos…
   
Es posible producir ficción en una determinada época, en un determinado país, dentro de una narrativa; pero eso no significa que exista la debida interdiscursividad, sino elementos de crítica, más o menos dispersos, o secuencias interpretativas que apenas obedecen a puntos de vista metodológicos particulares. 


"Tal vez, para los artistas, sean útiles los resúmenes sinópticos de las obras de ficción, para conocer rápidamente las tramas, las épocas, las localidades, las acciones principales y la actividad de los protagonistas". [Alejo Carpentier: Tientos, Diferencias y Otros Ensayos].
   
Las novelas aisladas, sin antecedentes ni consecuentes conocidos, dejan la impresión de que no se ha llegado al establecimiento de arquetipos concretos o a una interrelación capaz de generar movimientos; son ficciones sin la historia de su desarrollo técnico, asumido por parte de los mismos creadores, desde el punto de vista de la metaficción. Una literatura se define por el trabajo de varias generaciones de escritores, produciendo tendencias.
   
Para que una nación desarrolle su universo de ficciones, se requiere la labor de muchos escritores de diferentes edades y localidades, abocados en una labor paralela, semejante o antagónica, dentro de un esfuerzo continuo y una constante experimentación de la técnica compositiva.

En Venezuela contamos con un catálogo de unos 500 autores registrados como novelistas. Y la ficción, tal como se entiende en la actualidad, dentro de una interdiscursividad en lengua española, sienta sus posibilidades de invención en Latinoamérica, sin perder de vista sus raíces en el Periquillo Sarmiento; por ende, en la picaresca española.
   
La picaresca española prácticamente se inició con el Lazarillo de Tormes, cumpliendo una función que rebasaba la del relato que causaban un placer meramente estético, para ubicar la ficción en el nivel de los instrumentos de indagación, de los modos de conocimiento de personas y épocas. Modo de conocimiento que superaba, en muchos casos, las particulares intensiones del autor. No tenía idea Cervantes, al escribir los primeros capítulos de Don Quijote de la Mancha —al margen, aunque no del todo fuera de la picaresca, puesto que se afinca en ella, como realidad contemporánea— que culminaría en uno de los relatos más singulares de todos los tiempos. Como en la metaficción, El Qujote es una obra que habla sobre sí misma; donde, entre otras cosas… añade Carpentier, se ejerce la crítica con un espíritu periodístico previo… a la invención de los periódicos.
   
En los elementos insólitos de la obra de Cervantes se encuentra el gérmen del futuro de la ficción en habla española; algo que va más allá del relato, en todo tiempo, en toda época, enlazando con lo que Sartre denominara 'contextos'. Carpentier acierta al explicar que, en su momento, Cervantes alcanzó los contextos del relato, de la materia novelística, así como Joyce o Kafka lo hicieron en sus épocas respectivas.
   
Hay países que, poseyendo novelistas y novelas, apenas comienzan a tener una novelística y aún no es posible observar el desarrollo propio de una ficción. Mas, ¿qué ha de caracterizar una interdiscursividad autóctona, de modo que no se trate de adaptaciones técnicas ancilares, meramente imitativas, de manera que no se caiga en la aplicación de procedimientos poco originales, repondiendo a ismos y tendencias foráneas, pasadas y presentes, sin inserción o asideros en las propias tendencias o urgencias locales? Esto es algo muy relativo en nuestro tiempo, donde los medios audiovisuales han expandido el alcance del espectro de lo que entendemos por contemporaneidad y cosmopolitismo entre los países en vias de desarrollo.
   
Por consiguiente, los escritores deben llegar a poseer una cultura lo suficientemente desarrollada, como para establecer relaciones de otra índole, sobre datos que les permitan interpretar, expresar situaciones y valoraciones, tomando en cuenta que no sólo existe el ámbito de la novelística regional y pintoresca, que en muy pocos casos ha llegado a lo hondo… a lo realmente trascendental. No se trata de dibujar, de pintar al llanero, al oficinista, al guerrillero, al político, al comerciante, al banquero, sino de mostrar lo que de universal puedan tener estos prototipos, en relación con el amplio mundo y las expectativas que hoy nos rodean; bien sea, en última instancia, por contrastes y diferencias de sus propias circunstancias y causalidades.

Ante un velorio aldeano no son tanto las prácticas y apariencias externas del ritual, como el concepto que se tenga acerca de la muerte. En un asesinato importa menos la manera de realizarlo, el arma y las heridas, que el móvil que lo ha impulsado. Nada de eso tiene que ver con la inmersión del autor en el sitio de los acontecimientos con miras a documentarse. De manera que ¿cómo puede darse cuenta un escritor de hasta dónde llega el alcance de sus observaciones, la hondura, la veracidad, la concresión, la universalidad y la autenticidad de lo que pretende plasmar en su relato?
   
Ciertas realidades americanas, aún no explotadas literariamente, aún innombradas, requieren un largo proceso de observación. Nuestras ciudades, aún en el estadio liminal de lo literario son más difíciles de comprender que las mismas selvas y montañas. Se puede haber vivido en ciertas zonas de Caracas, pero no basta con meterse en sus parroquias y barriadas… pasear por sus calles y veredas; hay que tratarla cotidianamente, durante años, entre sus técnicos, sus profesionales, negociantes y mercaderes, sus millonarios, sus miserables; absorberla entre los resabios y tratos de la capa castrense. 

Mas, aquí me detengo y pienso, no tanto en los ambientes y los gremios, sino en la interdiscursividad. ¿Se puede ignorar cómo ha sido los tratamientos interpretativos o descriptivos de los demás escritores? y no sólo de los literarios, también tenemos por delante los estudios de los historiadores, de los periodistas, los sociólogos, los psiquiátras, etc.
   
La esencia de nuestra ciudad capital y, en consecuencia, de gran parte de la espiritualidad del país, también estriba en el análisis del hacer y de las obras de determinados ciudadanos. En parte, la tarea de los escritores consiste en imaginar y plasmar ambientes, no tanto por sus aspectos típicos o costumbristas, sino en sus desarrollos, como hace ya un siglo lo hiciera Joyce al exponer la vida de Dublín; o a la manera de la era iniciada por Proust y Kafka, avanzada en la metaficción. Pero este proceder ha de ser apropiado en forma de fusión, en una interdiscursividad que, a la vez, revalorice lo que nuestros antecesores inmediatos, locales, nos han legado. 
   
De lo contrario no se entiende lo que Carpentier quizo decir con eso de que: “la novela deja de parecerse a una novela… cuando, nacida de una novelística, rebasa esa novelística, engendrando con su dinámica propia, una novelística posible, nueva, disparada hacia nuevos ámbitos, dotada de medios de indagación y exploración que pueden plasmarse…”